DON ROGER

¿Quieres probar unos de los mejores tacos de Mazatlán? Me preguntó Iván con voz casi desafiante. "Uy! Por ahí hubieras empezado", le respondí antes de que terminara siquiera de articular su respuesta.


Como buena tauro, soy nata en eso de los antojos y el buen diente, so, nunca pierdo la oportunidad de probar lo que me pongan enfrente.


Así conocí a Don Roger.


Recién cambiada a mi nuevo hogar, no estaba familiarizada con el arte culinario de la zona, y cualquier recomendación era puesta a prueba las noches que mi cocina no tenia el tiempo, ni el talento para funcionar decentemente.
No necesité clase intensiva de como llegar. Cuadras antes, se vislumbraba la humadera y el olor tan deliciosamente orgásmico de la carne en el asador que hasta me erizó los pelos de solo pensar en el manjar que tenía a escasos metros de mis papilas gustativas.


La gente casi enfilada, esperando a que se desocupara la siguiente mesa me dio el feeling de que íbamos por buen camino.  El guacamole espesito y las cebollas curtidas me dieron la bienvenida junto con María, la mesera más chistosa y amigable que he conocido en toda mi vida. En tono burlón y chicharachero me comentó que nunca me había visto por el changarro, y me preguntó si era nueva en el barrio al mismo tiempo que le daba un trapazo a la “barra principal” que recién acababa de desocuparse. Al sentarme le contesté que si, y junto con el si, le pedí mi orden.


Enfrente de mi estaba el taquero. A la postre de una jaba de refrescos y un sinfín de platos embolsados a los lados. Sus gruesas cadenas y sus ostentosos anillos, todos de oro puro, me hicieron suponer que el era el famoso Don Roger, el dueño y señor del negocio, el que picaba la carne y entregaba las ordenes. En pocas palabras, al único que ahí le tronaban sus chicharrones, o mejor dicho, el que le daba sabor al taco.


Aparte de la habilidad con la que manejaba el cuchillo y ensalzaba todo lo que salía de la tabla, Mr. R. (como ahora le digo de cariño), tenía el léxico más desastroso que he escuchado en mucho tiempo. Con su voz bronca gritaba dando ordenes como toro loco y demandaba sin pelos en la lengua lo que tenían que hacer todos y cada uno de los que trabajaban con el. No sin antes mentarles la madre en cada pausa que hacía. Característica que me llamo mucho la atención, ya que más que ofender con sus groserías, a todos a su alrededor les causaba gracia su manera de hablar.


Por fin recibí mis chorreadas, y si, estaban buenas. Creo que más de lo que esperaba porque entre risas y una buena enchilada pedí una más.


La segunda vez que fuimos, probamos las tortas de carne asada.
La tercera, cuarta y quinta, Don Roger me saludaba con su peculiar manera de expresarse y me preguntaba si quería lo mismo de siempre. Yo le contestaba que si y me sentaba a esperar en la barra de la carreta para escucharlo hablar, y asombrarme de como les tomaba la orden de memoria a los comensales que iban llegando.


La sexta vez que regresé caí en cuenta que más que el diezmillo jugoso y los chiles toreados asándose lentamente en el carbón, lo que me tenía como clienta cautiva no era eso, sino la manera de ser de Don Roger, su carisma (hasta para maltratar gente), y la atención que le pone a sus clientes para hacerlos sentir valiosos y bien servidos.

Desde que nacemos, creamos lazos con nuestra familia, nuestros amigos, y la gente que vamos conociendo en el camino. Los que enriquecen nuestras vidas se quedan y los que no fueron hechos para nosotros, simplemente se desvanecen con el paso del tiempo.


Rodearnos de la gente a la que realmente le importamos es la base para llevar vida plena y feliz. La confianza en el prójimo nos enaltece y nos da la oportunidad de tener la esperanza de que un día, tal vez no muy lejano tendremos un mundo mejor que ofrecerle a los que amamos.
Por desgracia, actualmente tenemos que escoger con pinza y guante a quienes queremos en nuestro entorno. La violencia y el desencanto social nos han hecho selectivos y desconfiados. Eso no quiere decir que tengamos que aislarnos para sentirnos seguros. Pero definitivamente, este cambio de aguas nos sirve para apretar más fuerte a quienes queremos y en los que realmente confiamos.


Ya hace tiempo que no visito a Don Roger, pero estoy segura que el día que vuelva a poner un pie en su negocio me va saludar con su típico:


"Dos tortas para la señorita, una sin crema, y tu María “traile” un agua de horchata porque estos pendejos van para largo".